Descubre de la mano de Dani Keral cómo viajar al Desierto del Sáhara, una experiencia única e inolvidable. Dani Keral, Fisioterapeuta reconvertido a blogger, foto-videógrafo y escritor trashumante en 2015, es el creador del blog sobre arte, viajes y creatividad unviajecreativo.
com y colaborador en diversos medios como Condé Nast Traveler, Yorokobu y Revista Salvaje.
Viajar al desierto del Sáhara: ese es el gran objetivo para aquellos que, como yo, sueñan con paisajes remotos y solitarios. Sin embargo, este destino no es tan remoto como parece. Hoy voy a contaros en primera persona la increíble experiencia que supuso para mí viajar a Marruecos en busca del sol, las dunas y la inmensa noche estrellada.
Ruta por Marruecos para viajar al desierto del Sáhara
Fue como si mi cuerpo ya no formase parte de la tierra: levantar la mirada, sentirse éter y ahogarse de estrellas. Me encontraba en Erg Chigaga, en los confines de Marruecos. Había acudido allí, a uno de los dos puntos donde el Sáhara marroquí se convierte en dunas, para sentir la que se convertiría en una de las mejores experiencias de mi vida.
Aquel viaje tenía un claro objetivo: realizar la ruta por Marruecos hasta el desierto del Sáhara para experimentar las dunas y la noche estrellada. Por supuesto, también se encontraban otros objetivos, como visitar Marrakech o algunos puntos de las montañas del Atlas, pero el desierto era el GRAN objetivo, la Samarcanda soñada.
Lo primero que hicimos (Juan, mi mejor amigo, me acompañó en aquella «expedición») fue estudiar el mapa. Si viajar al desierto del Sáhara era el objetivo, lo más obvio era volar al aeropuerto más cercano. Un rápido vistazo cartográfico sirvió para confirmar que ese lugar era Marrakech, la ciudad del gran zoco.
Decidida la ciudad de llegada, lo siguiente fue elegir la zona del desierto. En Marruecos hay dos zonas turísticas para visitar el Sáhara: Erg Chebbi (al este) y Erg Chigaga (al suroeste). En realidad, el desierto ocupa muchísimo territorio pero no todo él es como vemos idealizado en los carteles turísticos y las películas: un mar inmenso de dunas. Esas dunas («erg», desierto de arena) solo aparecen en diversos lugares de las zonas desérticas y se alternan con las zonas de «reg», el desierto de piedra.
Los dos «erg» que hay en Marruecos (al menos dedicados como destino turístico) son los mencionados Chigaga y Chebbi. Por un lado, el Erg Chebbi se encuentra cerca de la localidad de Merzouga y es el desierto de dunas de más extensión de Marruecos. El Erg Chigaga, por su parte, es el más alejado de un núcleo poblado, en este caso, de M´hamid, a unos 30 kilómetros (unas dos horas en todoterreno a través del desierto de piedra) y, aunque no tan extenso como el Chebbi, tiene dudas de mayor altura.
Ambas opciones eran (y son) buenas para visitar el Sáhara en Marruecos. Erg Chebbi es la opción más «sencilla» ya que de Merzouga a Erg Chebbi hay una distancia más corta que de M´hamid a Erg Chigaga. No obstante, esta circunstancia (la lejanía) es algo que hace aún más «aventurera» la experiencia, ya que te encuentras, literalmente, en mitad de la nada. Solo tú, las dunas y el cielo.
Como ya sabéis, esa es la opción que elegimos. Había ganas de aventura.
Plan de ruta por Marruecos
Ya teníamos lugar de origen y destino final. Ahora solo bastaba conformar el resto de la ruta. Como viajábamos varios días (7 en total) decidimos hacer el recorrido en vehículo de alquiler. Para trazar la ruta, contamos conque nos daría tiempo a visitar, aparte del desierto, lugares intermedios como Aït Ben Haddou, Ouarzazate, el Atlas y los lugares de interés que pudiésemos encontrar en el valle del Draa, el inmenso valle fértil que dibuja el río Draa al norte del Sáhara.
Antes de seguir, merece la pena un inciso: nosotros elegimos hacer la ruta por libre con coche de alquiler pero, no es con ese coche con el que uno se aproxima a los desiertos de dunas. Para ello, es necesario contratar excursiones en todoterreno (voy a obviar los camellos porque no soy defensor de ese tipo de turismo) que, a su vez, incluyen la pernocta en jaimas y las comidas (cena y desayuno).
En nuestro caso, nosotros contratamos la excursión en M´hamid (ocurre lo mismo en Merzouga para ir al Erg Chebbi), pero también hay opción de hacerlo desde la propia Marrakech, para aquellos que no cuenten con tanto tiempo o que prefieran ir directos al grano.
Qué ver de viaje al desierto del Sáhara
Como la expedición al desierto (desde M´hamid al Erg Chigaga) iba a ocupar casi un día (desde la tarde del día de llegada hasta el mediodía del siguiente) contamos conque teníamos 6 para ver los diferentes puntos de interés que hay entre Marrakech y el Erg Chigaga (y, en parte, también del Erg Chebbi).
Algunos de los puntos que señalamos con rotulador en el mapa fueron:
- El puerto de Tizi N´tichka: un puerto de montaña que es paso obligado para cruzar desde Marrakech hasta la parte sur del Atlas. Las vistas desde el puerto son de las más espectaculares de la ruta.
- Aït Ben Haddou: una ciudadela o «ksar» considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En él se grabaron películas como Gladiator, Lawrence de Arabia, La Momia o Babel.
- Uarzazate: la llamada «puerta del desierto» es el lugar donde se dividen los caminos que llevan tanto a Erg Chebbi como a Erg Chigaga. En ella destacan su kashba Taourirt, el museo del cine y los Atlas Studios, la «Hollywood de Marruecos».
- El valle del Draa: para los que vayan a Erg Chigaga. Este es un valle/oasis de unos 100 km repleto de palmeras donde se localizan numerosos poblados bereber construidos en adobe adobe. Entre ellos cabe destacar la población de Tamnougalt con su imponente ksar, una fortificación con diferentes estancias y que sirvió de lugar de rodaje para El paciente inglés.
- Ruta de las mil kasbahs: para los que vayan a Erg Chebbi. Desde Ouarzazate a Errachidia se extiende la llamada «Ruta de las mil kasbahs». En este tramo hay dos bifurcaciones hacia el Atlas que son de gran interés: las gargantas del Dadés y las del Todrá.
- Gargantas del Dadès: se trata de un valle de las estribaciones sureste del Atlas que se extiende entre entre Boumalne Dadès y M´semrir. En él destacan sus formaciones rocosas (como el llamado «Cerebro del Atlas») y su tramo de carretera serpenteante.
- Gargantas del Todra: es otro de los valles de la zona sur del Atlas. Se encuentra muy cerca de Tinerhir, y se caracteriza por el espectacular encañonamiento de sus paredes.
Estos son solo algunos puntos resumidos de lo que se puede ver en la ruta, para ampliar información puedes echar un vistazo a este artículo con todo lo que ver en Marruecos.
Precauciones al viajar desierto del Sáhara en Marruecos
Cuando se viaja al desierto del Sáhara en Marruecos (en realidad, a cualquier desierto) lo principal es ir bien provisto de líquido. Esto puede ser de perogrullo (sobre todo cuando en la excursión contratada ya proveen de líquido) pero no está de más decirlo.
Aparte de lo obvio de la hidratación, otras recomendaciones importantes son llevar protección para la cara en caso de tormentas de arena, gafas de sol (para el brillo), ropa de abrigo para la noche desértica (porque la temperatura baja mucho) y, fundamental, crema solar. Teniendo todos estos factores en cuenta, no habrá grandes problemas durante la expedición al desierto y se podrá disfrutar de la experiencia de dormir en el desierto.
La experiencia de dormir en el desierto
Volvamos al relato de mi viaje al desierto del Sáhara.
Como dije al principio, el desierto que elegimos fue el Erg Chigaga, el más alejado de los dos. Tras hora y media de recorrido en todoterreno (la aventura comenzó incluso antes de llegar al desierto de dunas) llegamos al campamento de jaimas en torno a 45 minutos antes del atardecer. Yo estaba nervioso por llegar antes de que el sol descendiese demasiado porque, como fotógrafo, quería captar uno de los momentos estrella de la experiencia del desierto. Los otros eran vivir la noche desértica, el amanecer y, por supuesto, las dunas.
Tras ascender a una de las más elevada del Erg Chigaga (cerca de 100 metros), el ocaso tiñó la arena de una infinita gama de tonos cálidos. Una vez oculto y aún en la hora azul, llegó la experiencia adrenalínica: bajar a toda velocidad por la pendiente. No sé cómo llegué hasta abajo de una sola pieza. Por momentos bajaba corriendo, por momentos gateando pero, sobre todo, dando mil volteretas como si estuviese en una centrifugadora. Así, hasta llegar a la base, muerto de felicidad y con arena en todos los rincones de mi cuerpo (ejem 😅)
Por la noche, la cena en forma de tajine dentro de la jaima-comedor nos distrajo de lo que estaba ocurriendo fuera: el cielo se estaba preparando para darnos la sorpresa de nuestra vida. No fuimos conscientes hasta que salimos al exterior y nuestras pupilas se acostumbraron a la oscuridad. Entonces, lo vimos: el firmamento se abalanzaba contra nosotros.
Era la primera vez que veía tantas (tantísimas) estrellas. Se veían tan nítidas, extensas y apelotonadas que, al principio, casi te ahogaban. Después, cuando me dejé llevar, sentí, por fin la experiencia que estaba buscando: mi cuerpo ya no era parte de la tierra, sino del cielo. Las estrellas se extendían sobre mi cabeza y sentía como si me apretasen contra el suelo. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí parados pero lo que sí permanece en mi memoria, tan nítido como un flashazo, es que, después, en la jaima dormitorio, Juan y yo nos encontramos inmersos en un extraño trance. Era como si estuviésemos borrachos, pero sin haber probado gota de alcohol (solo bebimos el hiper-azucarado té moruno, al que llaman whiskey bereber); hablamos durante horas y reímos como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos, así, hasta que el sueño pudo con nosotros.
A la mañana siguiente, el despertador sonó quince minutos antes del amanecer: el tiempo justo para levantarse y subir a una de las dunas para saludar al disco solar. Ya desde lo alto de la duna, vivimos el último gran momento que nos deparaba el desierto del Sáhara. Los colores pasaron de los morados y azules a los rojos, naranjas y amarillos, todo esto, en medio del más absoluto silencio.
Después llegó el desayuno dentro de la jaima (tengo una imagen grabada de las dunas anaranjadas a través de la puerta de la tienda, con el aroma del café y el té moruno impregnando la estancia) y, cuando el sol se consolidó en lo alto y aumentó de forma exponencial la temperatura, pusimos rumbo de vuelta a la civilización.
De aquel camino de vuelta poco retuve en mi memoria (tan solo que se levantó una tormenta de arena): mi cabeza aún volaba con la experiencia vivida, la de haber conocido, al fin, el desierto del Sáhara.
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