Brota de las entrañas del océano con su belleza desbordante y sus paisajes imposibles, sabiéndose única y especial. La isla de Madeira, la Perla del Atlántico como la definen muchos, es una joya de la naturaleza colmada de atractivos: pintorescas estampas que dejan sin respiración, una interesante historia, coloridas tradiciones o una rica gastronomía.
Índice
- Qué ver en Madeira: información básica
- Los orígenes de Madeira: un poco de historia
- Madeira de cabo a rabo: qué ver y hacer en la isla
- Funchal, donde arte, ocio y patrimonio se dan la mano
- Catedral de Sé
- Mercado de Lavradores, el alma de Funchal
- Conocer los comercios más auténticos de Funchal
- Subir a Monte en teleférico
- Jardín Tropical Monte Palace Madeira: el abrazo de la naturaleza
- Carrinhos do Cesto: pura adrenalina
- Una copa de Blandy´s para brindar por la vida
- Câmara de Lobos, pueblo de pescadores
- Cago Girão y sus vistas únicas
- Jardim do Mar y sus deslumbrantes vistas
- Curral das Freiras, un refugio entre montañas
- Eira do Serrado: nunca habrás visto nada igual
- São Vicente: verde que te quiero verde
- Ponta do Pargo, con vistas al infinito
- Las piscinas naturales de Porto Moniz
- Seixal: todo al negro
- Disfrute entre viñedos
- El senderismo como forma de vida
- Explorar el bosque de laurisilva
- El Pico Ruivo: el cielo de Madeira
- Santana y sus pintorescas cabañas
- Desayuno con vistas en Ponta do Rosto
- Ponta do São Lourenço, allá donde el mundo termina
- ¿Qué no te puedes perder en Madeira?
- ¿Cuántos días son necesarios para visitar Madeira?
- ¿Cuál es la mejor época para ir a Madeira?
- ¿Qué ver en Madeira en 7 días?
- Asegura tu aventura en Madeira
Qué ver en Madeira: información básica
Ubicada a tan solo 500 kilómetros de la costa africana, y a 1000 de Portugal, la isla de Madeira es la capital del archipiélago que recibe el mismo nombre, pero que se halla compuesto por un total de cinco islas de las cuales únicamente dos de ellas se encuentran habitadas.
Para explorar sus encantos repartidos por la completa orografía de la isla merece la pena alquilar un coche con el que moverse libremente por sus latitudes. Solo así podrás llegar a empaparte de la esencia de este paraíso portugués: del ambiente de Funchal, su capital, a las playas de arena negra de Porto Moniz, en el norte de la isla. Como de los senderos protagonizados por las icónicas levadas en el corazón madeirense, a las incomparables puestas de sol desde Ponta do Pargo. Bosques de laurisilva, icónicas bodegas, chupitos de poncha… ¿Quieres descubrir todo lo que ver en Madeira? Pues espera, que te lo contamos.
Los orígenes de Madeira: un poco de historia
Hablar de la historia de Madeira es hacer un viaje en el tiempo que nos lleva hasta 1418. Fue ese año cuando el navegante portugués João Gonçalves Zarco y su tripulación llegaron, cuando el destino parecía guardarles un trágico final, a la costa de una isla en medio del océano a la que acabaron bautizando como Porto Santo.
No tardarían mucho en descubrir que, muy cerca, surgía de las aguas otro pedacito de tierra, bastante más grande, a la que llamaron Madeira debido a la gran abundancia que poseía de madera. De esta manera, tanto Gonçalves Zarco como Tristão Vaz Teixeira y Bartolomeu Perestrelo se convirtieron junto a sus familias en los primeros moradores de este conjunto de islas. Después llegarían antiguos prisioneros y un pequeño grupo de nobleza lusa con la intención, según ordenó el rey Juan I de Portugal, de colonizar el territorio.
Mucho ha llovido desde aquellos días, y, sin embargo, la historia aún se puede palpar en Madeira cuando se exploran sus rincones. Lugares que, con el paso de los siglos, han ido siendo descubiertos por otro tipo de colonizadores con fines más turísticos: desde el siglo XIX la isla lusa es destino apreciado por viajeros de todo el mundo por sus innumerables atractivos.
Madeira de cabo a rabo: qué ver y hacer en la isla
Lo primero que impresiona de Madeira lo descubrimos ya desde el avión: el aterrizaje en su Aeropuerto Internacional Cristiano Ronaldo, popular en las listas de aeropuertos más peligrosos del mundo por la complicada maniobra que los pilotos deben hacer para alcanzarlo, ya supone una experiencia para no olvidar. Sin embargo, no hay que temer: la mejor opción es aprovechar la ocasión para disfrutar de las vistas que se contemplan desde las alturas. Una vez en tierra, llegará el momento de iniciar la aventura: Madeira, a pesar de contar con apenas 22 kilómetros de ancho y 57 de largo, concentra en su territorio un universo colmado de atractivos por descubrir. Te contamos todos los lugares que visitar en Madeira.
Funchal, donde arte, ocio y patrimonio se dan la mano
Con poco más de 100 mil habitantes, Funchal, la capital de Madeira, es el centro comercial, turístico y cultural del archipiélago. Maravilloso campo base para explorar el resto de la isla, los encantos que aguardan en sus calles comienzan a desvelarse en el momento en el que se comienza a caminar por las calles de su Zona Velha.
¿Y qué es lo más bonito de esta zona? Para empezar, sus calles empedradas: la pavimentación a partir de piedras de forma irregular en colores blancos y negros con los que se obtienen patrones decorativos de lo más diversos se ha convertido en seña identitaria de Portugal. Están también sus coloridas puertas, que han transformado, gracias al esmerado trabajo de hasta 200 artistas, la popular Rua Santa Maria en un verdadero museo al aire libre.
Catedral de Sé
Cuando menos lo esperes, cuando tuerzas aquella esquina en tu paseo por el corazón de Funchal, la verás: la Catedral de Sé, construida por orden del rey Manuel I en 1493 para ampliar el espacio religioso que pudiera albergar el número de fieles, cada vez mayor, en la capital de la isla, deslumbra con su fachada de estilo gótico y sus arquivoltas. Diseñada por el arquitecto Pêro Anes, en su interior aguardan uno de los techos de alfarje más bellos de todo el país por su estilo mudéjar e incrustaciones de marfil, además de piezas valiosísimas como su retablo del siglo XVI o sus azulejos del XVIII.
Mercado de Lavradores, el alma de Funchal
Si existe un rincón en el que tomarle verdaderamente el pulso a la ciudad, ese es, sin duda, el Mercado de Lavradores. Un edificio levantado en los años 30 en un estilo que alterna el art déco con el modernismo y que concentra, a lo largo de sus dos plantas, puestos de todo tipo de productos. Pintorescos vendedores, muchos de ellos ataviados con los ropajes tradicionales, ofrecen sus carnes y frutas exóticas, su artesanía y sus flores, aportando un colorido sin igual que hace del espacio un lugar de lo más fotografiable.
¿La mejor parte? La zona de pescadería, probablemente la más amplia, permite aprenderlo todo sobre las diferentes especies, muchas de ellas autóctonas, que se capturan en las aguas de Madeira.
Conocer los comercios más auténticos de Funchal
Andar y desandar las calles de su casco histórico deleitándote con sus antiguos comercios y plazuelas es parte de la experiencia de visitar la capital de la isla. Habrá que parar en alguna terraza para tomar una bica mientras se contempla la vida pasar. También entrar en comercios con historia como Fabrica Sto. Antonio, que lleva desde 1893 ofreciendo los mejores bolos do mel de cana y bolachas de jengibre a locales y forasteros. O en Uau Cacau, cuyo maestro chocolatero, Tony Fernandes, elabora deliciosos bombones de chocolate con el mejor producto local. Degustar un bolo do caco en cualquier puesto ambulante, o una rica poncha casera en una taberna auténtica como es Pharmacia do Bento, completarán la experiencia.
Subir a Monte en teleférico
El desnivel que existe entre la zona más baja de Funchal y el barrio de Monte es considerable: hablamos de 560 metros que, cuanto menos, resultarían cansados de recorrer a pie. En el pasado, los madeirenses pudieron salvar la distancia gracias a un tren de vapor que conectaba ambos lugares, sin embargo, a lo largo del siglo XX, se desarrolló lo que resultó ser su salvación.
Con un total de 39 cabinas y la posibilidad de transportar cada hora hasta 800 personas, el teleférico de Funchal transporta a los viajeros, en tan solo 15 minutos, hasta la iglesia de Monte superando los 3.200 metros que los separan. Un viaje agradable y divertido que permite descubrir la capital isleña desde una perspectiva muy diferente: las alturas.
Jardín Tropical Monte Palace Madeira: el abrazo de la naturaleza
La exuberancia es protagonista de este vergel que se despliega, colina abajo, desde Monte: el Jardín Tropical Monte Palace Madeira ocupa 70 mil metros cuadrados y no solo permite empaparse de naturaleza urbana a quienes lo visitan, sino que también asegura disfrutar de una vista privilegiada sobre la bahía de Funchal.
Fue el cónsul inglés Charles Murray quien, en el siglo XVIII, decidió comprar la propiedad. Algo más tarde, ya a finales del XIX, llegaría Alfredo Guilherme Rodrigues para construir en ella una residencia palaciega que acabaría convirtiéndose en hotel. Pasear por sus alrededores es aprender curiosidades de hasta las 100 mil especies diferentes de plantas y flores que crecen en ella y toparse con los bellos cisnes y pavos reales que la habitan. La ornamentación de los diferentes espacios es, cuanto menos, llamativa: un templo de inspiración china, esculturas budistas y antiguos azulejos son solo algunos elementos que se pueden encontrar.
Carrinhos do Cesto: pura adrenalina
Probablemente haya que hacer cola, pero poco importará: el entusiasmo de los viajeros que esperan, pacientes, a que les llegue el turno de probar la actividad más divertida de Funchal, hará compañía. El espectáculo está servido y no es de extrañar que nadie quiera perderse la experiencia: estás a punto de subirte a uno de los tradicionales carrinhos do cesto, que traducido querría decir algo así como “trineos de mimbre”, un peculiar sistema de transporte ya utilizado en el siglo XIX para llevar a los vecinos de la parroquia de Monte hasta Funchal, salvando los 500 metros y el gran desnivel que existe entre ambos lugares, con una rapidez sorprendente: solo 10 minutos.
Los cestos son conducidos por dos carreiros, señores expertos en la materia que vestidos con ropa blanca, sombreros de mimbre y unas buenas botas de suelas de goma, frenarán y dejarán que el cesto se deslice a toda velocidad por las cuestas con un dominio apabullante. Una de las experiencias obligadas de Madeira.
Una copa de Blandy´s para brindar por la vida
Si por algo es famosa Madeira, es por sus vinos, y una de sus bodegas más conocidas internacionalmente posee sus instalaciones en el corazón de Funchal. Blandy´s, con más de 200 años de historia, se halla regentado por la séptima generación de una misma familia que continúa cuidando con mimo la elaboración de sus diferentes vinos. Usando las seis variedades de uva que son aceptadas para hacer vino de Madeira —sercial, terrantez, bual, tinta negra, verdelho y malvasía—, logra un producto delicioso que es posible catar en sus salones destinados a ello, entre antiguos barriles cubiertos de polvo y muros de piedra.
Câmara de Lobos, pueblo de pescadores
Este pintoresco enclave situado en la costa sur de la isla, en cuya playa las coloridas barcas de pescadores se cuentan por decenas, es parada obligada en cualquier viaje a Madeira. Aquí la vida fluye a otro ritmo más tranquilo, el que marcan las mareas y las salidas al mar de aquellos marineros que trabajan a diario para capturar el mejor producto, pero también el de las partidas de cartas y los brindis con poncha casera que los mismos personajes se encargan de protagonizar desde cualquier banco junto al puerto.
Esta fue la primera localidad habitada por João Gonçalves Zarco –uno de los navegantes que descubrió Madeira, ¿recuerdas?—, por lo que se convirtió en el primer asentamiento de la isla. Además de empaparte del ambiente del pueblecito, no está de más echar un ojo a su capilla de Nossa Senhora de Conceição o al convento de São Bernardino, ambos del siglo XV y patrimonio importante de Câmara de Lobos. Si te preguntabas el por qué del nombre, también te lo contamos: cuando los primeros descubridores llegaron a esta localización, se toparon con un gran número de leones marinos en él.
Cago Girão y sus vistas únicas
Puede que, a priori, de un poco de respeto: situarte a 580 metros de altura sobre una plataforma de vidrio suspendida al vacío, como es normal, impone. Sin embargo, pronto querrás dejar la experiencia inmortalizada en fotos, como hacen los miles de turistas que visitan la que se ha convertido en una de las atracciones más populares, ya no de la isla, sino de todo el archipiélago de Madeira. Con un coste de 2€ por persona, las vistas desde el promontorio más alto de Europa a Funchal y a Câmara de Lobos son realmente espectaculares, pero no dejan de asombrar por igual las coloridas formas geométricas que, bajo los pies, regalan los campos de cultivo.
Jardim do Mar y sus deslumbrantes vistas
Madeira cuenta con una orografía de lo más variada, lo que le otorga gran parte de su encanto y, al mismo tiempo, le regala innumerables balcones naturales que funcionan a modo de miradores. Uno de los que debes ver en Madeira es el de Jardim do Mar, llamado así por encontrarse justo en la entrada de la parroquia con este hombre, un lugar cubierto tiempo atrás por flores silvestres en su totalidad. Un pequeño núcleo urbano perteneciente al municipio de Calheta. ¿Y qué contemplarás desde él? La envolvente imagen de los agrestes acantilados siendo embestidos por las olas del mar en contraste con el verde de la vegetación que rodea la parroquia, así como el caserío que se desparrama, con sus casitas de tejas y chimeneas, a tus pies.
Curral das Freiras, un refugio entre montañas
Que esta pequeña parroquia perteneciente al municipio de Câmara de Lobos no sea visible desde el mar fue lo que lo convirtió, en el siglo XVI, en el lugar escogido por las monjas del Convento de Santa Clara para esconderse de los piratas que atacaban Funchal. Así nació este diminuto núcleo habitado de apenas 25 kilómetros cuadrados: un pintoresco enclave que dota de vida las profundidades de un valle rodeado por altas montañas, lo que lo dota de una belleza sin igual.
Contemplar la estampa desde cierta distancia, antes de recorrer la sinuosa carretera que conduce hasta la parroquia, es todo un regalo. Una vez en ella, no hay que dejar de visitar la iglesia de Nossa Senhora do Livramento, del siglo XIX, ni probar algunos de los platos a base de castañas que se elaboran allí.
Eira do Serrado: nunca habrás visto nada igual
Otro de los miradores que más expectación producen entre los visitantes de Madeira es el de Eira do Serrado, ubicado en zona perteneciente a la parroquia de Curral das Freiras, en el interior de Câmara de Lobos: envuelta en la exuberancia de las verdes montañas madeirenses, solo por contemplar las vistas al inmenso macizo central de la isla, ya merece la pena la escapada.
Para alcanzar este punto, eso sí, habrá que recorrer primero un pequeño sendero que parte de Estalagem da Eira do Serrado y que llevará a ascender hasta el lugar exacto del mirador, a 1095 metros de altura. Una vez allí entenderás, sin problema, el por qué se trata de uno de los lugares más visitados por los turistas.
São Vicente: verde que te quiero verde
Los bosques de laurisilva abundan en el camino hacia esta joya madeirense: São Vicente, que ocupa la parte central de la costa norte desplegando su territorio también hacia el interior, no escatima en paisajes naturales ni en estampas costumbristas. Mientras recorres alguna de sus enrevesadas carreteras empapándote de esencia isleña, podrás contemplar campos de cultivos por doquier —muchos de ellos, dispuestos en bancales debido a la orografía de este lado de la isla—, y protagonizados por viñedos.
Subir el puñado de escalones que llevan hasta la Capela de Nossa Senhora de Fátima, lugar de peregrinación de muchos fieles, regala una panorámica espectacular de kilómetros a la redonda alcanzando incluso el mar.
Ponta do Pargo, con vistas al infinito
El Atlántico en toda su inmensidad: eso es lo que te llevas de regalo al alcanzar el precioso faro que se alza en el extremo occidental de la isla. Un lugar único y especial desde el que embriagarse de la brisa marina en toda su plenitud, respirar profundo, y empaparse de la belleza del paisaje.
Situado a 290 metros sobre el nivel del mar, el viento sopla bien fuerte mientras los escarpados acantilados que rodean el enclave, altivos y desafiantes, completan la estampa. El faro, que empezó a operar allá por 1922, cuenta con 14 metros de altura y está considerado Patrimonio de Valor Local. Junto a él, un pequeño edificio alberga un museo en el que conocer más detalles acerca de otros faros del archipiélago, disfrutar de antiguas fotografías y consultar documentos relacionados con la temática.
Las piscinas naturales de Porto Moniz
Algo que debes ver sin duda en Madeira, ya que es seña de identidad indiscutible de este pueblito ubicado en la costa norte de Madeira, son las piscinas naturales. Están formadas por la solidificación de lava volcánica expulsada miles de años atrás al contactar con el agua del mar, y son todo un atractivo del lugar. Porto Moniz cuenta con dos zonas bien diferenciadas: unas piscinas de acceso privado —previo pago, por supuesto— que ofrecen a sus clientes servicios como vestuarios, baños o tumbonas, y otras más “salvajes” a las que acceder de manera independiente, pero sin todas estas comodidades.
La imagen de las rocas negras con formas de lo más extravagantes surgiendo del agua ya derrocha belleza por sí misma, pero disfrutar de una jornada de baños y vuelta y vuelta bajo el sol en este balneario protegido de las corrientes marinas y de las impetuosas olas completan las razones por las que dedicarle, como mínimo, media jornada.
Seixal: todo al negro
Caracterizada por escarpados acantilados y perfiles rocosos, el oasis de agua cristalina que supone Seixal, es una de las escasas playas de arena con los que cuenta la isla de Madeira. Eso sí, una arena de lo más singular: debido al origen volcánico de la isla, aquí lo que sorprende es su color negro, que, abrazado por el azul de las aguas del Atlántico, y el verde intenso de la exuberante vegetación, regala uno de los contrastes más hermosos e impactantes del archipiélago.
No es de extrañar, de hecho, que sea elegido por aficionados a la fotografía para disfrutar capturando su imagen desde todas las perspectivas posibles. La playa de Seixal, además, es de las preferidas de bañistas y apasionados a deportes acuáticos para la práctica de kayak, bodyboard o paddle surf.
Disfrute entre viñedos
Ya hablaban bondades sobre los vinos de esta tierra ilustres personajes de la talla de Shakespeare, Winston Churchill, Thomas Jefferson o George Washington, y por algo sería. De hecho, el vino de Madeira fue escogido, incluso, para conmemorar la independencia de Estados Unidos en 1776. Una tradición que se remonta, claro, siglos atrás —ojo, porque 25 años después de la colonización, ya se exportaban los caldos elaborados en Madeira a otros países— y que, gracias a la enorme calidad y al intenso sabor de los vinos que se obtienen, los ha posicionado en lo más alto a escala mundial.
La fértil tierra volcánica es espléndida para el cultivo de múltiples variedades de uva —más de 30 son autóctonas— que son plantadas, siempre a mano, en parcelas llamadas localmente como poios: terrazas dispuestas en las empinadas laderas de las montañas sostenidas con antiguos muros de piedra. Recorrer la isla de Madeira permite visitar numerosas bodegas repartidas por su territorio, conociendo así el excelente producto que ofrece cada una de ellas. En algunas, incluso, se puede disfrutar de almuerzos maridados con vistas a los viñedos. Un plan para no rechazar.
El senderismo como forma de vida
Habrá una palabra que, desde el primer momento en el que pongas los pies en la isla, te resultará familiar: levada es el nombre con el que los madeirenses nombran al sistema de irrigación por el que transportaban —de hecho, continúan haciéndolo— el agua a todos los puntos de la isla. Existen alrededor de 200 de estas singulares acequias repartidas por todo Madeira, sumando un total de 3 mil kilómetros de extensión. En paralelo a ellas, eso sí, discurren caminos que se han convertido en el mayor atractivo imaginable para los apasionados del senderismo.
Existen levadas de todo tipo de extensiones, cada una de ellas bautizadas con un nombre: solo habrá que echar un ojo a la guía para decidirse por una de las rutas de senderismo, atarse bien fuerte las botas y lanzarse a explorar. La Levada do Moinho, la Levada do Caldeirão Verde, la Levada dos Cedros o do Rei son solo algunas de las infinitas opciones que permiten adentrarse en la exuberancia del paisaje madeirense atravesando densos bosques de laurisilva donde aparecen sorprendentes cascadas, vertiginosos acantilados y pueblitos de postal.
Explorar el bosque de laurisilva
Es, sin duda, uno de los grandes tesoros que ver en Madeira: su patrimonio medioambiental, protagonizado de manera absoluta por el bosque de laurisilva, es seña de identidad isleña y excusa para muchos amantes de la naturaleza para viajar hasta este remoto rincón de Portugal. Patrimonio de la Humanidad desde 1999, se extiende a lo largo de una superficie de alrededor de 15 mil hectáreas, que se traduce en el 20% de la isla. El origen de este paraíso se halla en el Mioceno y el Plioceno, por lo que lleva desarrollándose desde hace aproximadamente 20 millones de años.
¿Y qué puedes encontrar al adentrarte en esta húmeda selva subtropical? Especies endémicas de la Macaronesia, lo que implica árboles de la familia de las lauráceas, muchos de ellos con más de cien años de vida.
El Pico Ruivo: el cielo de Madeira
Al alcanzar el que es el tercer pico más alto de Portugal, y el más alto de Madeira, se siente el frescor, aunque no es de extrañar: al fin y al cabo, en el camino habrás subido, muy posiblemente, por encima de las nubes, alcanzando nada menos que 1862 metros de altura.
El Pico Ruivo es un lugar privilegiado en el corazón de la principal isla del archipiélago desde el que es posible divisar gran parte de sus reclamos patrimoniales y paisajísticos: allá a lo lejos relucen las deslumbrantes aguas del Atlántico, mientras que, al otro lado, se puede intuir la pequeña parroquia de Curral das Freiras entre verdes valles. Algunas de las casitas de Santana quedan a salto de piedra, mientras que los profundos valles de São Jorge y Riberia Grande tampoco están lejos. Con suerte, si el día está claro, incluso las islas de Porto Santo y las Desertas son visibles.
Hay diferentes miradores desplegados por los alrededores del pico, y del lugar parten también diversos senderos que invitan a recorrer otros preciosos rincones.
Santana y sus pintorescas cabañas
Seña de identidad, no solo de Santana, sino de todo Madeira, las peculiares casas de Santana son todo un reclamo turístico y un reflejo del patrimonio cultural de la zona. Su forma triangular, su enorme techo de paja y su fachada pintada de colores —azul, blanco y rojo— protagonizan numerosas postales, y no es difícil toparse con ellas en un paseo por la localidad: aún hay gente que habita en ellas, aunque otras muchas se han rehabilitado con un fin algo más promocional. Antiguamente la zona más alta se utilizaba para almacenar los productos agrícolas, mientras que en la planta baja vivía la familia y se desarrollaban las escenas propias del hogar.
Por su belleza, por el gran trabajo en el mantenimiento de sus tradiciones y por la espectacularidad del paisaje que se despliega en su entorno, en 2011 la localidad fue declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
Desayuno con vistas en Ponta do Rosto
La estampa te dejará sin aliento en cuanto los primeros rayos de sol asomen tímidamente en el horizonte: pocos lugares más espectaculares existen en la isla de Madeira para darle la bienvenida al día. Se trata de Ponta do Rosto, un conjunto de acantilados rocosos que se precipitan al mar regalando una imagen sobrecogedora. Se hallan en la península de São Lourenço, una zona bastante destacada por su diversidad de flora y fauna: aquí se encuentra, de hecho, la mayor comunidad de gaviotas de toda Madeira.
¿Una curiosidad? Ponta do Rosto se halla ubicada en un punto estratégico desde el cual es posible contemplar, sin moverte del sitio, tanto el sur como el norte de la isla.
Con las olas rompiendo contra las piedras, y la calidez del sol haciéndose a notar, será el momento ideal para tirar de termo y pícnic y disfrutar de un desayuno de campeones.
Ponta do São Lourenço, allá donde el mundo termina
Enseguida llamará la atención la ausencia de árboles: la península de Sao Lourenço, expuesta de manera permanente a los intensos vientos atlánticos, se caracteriza por su vegetación baja, como queriendo llevarle la contraria al resto del paisaje isleño. Recorrer la fantástica Vereda Ponta de Sao Lourenço, que se despliega ganándole terreno al océano en una caminata que supone seis kilómetros entre ida y vuelta, es un plan que no puede faltar.
No será raro toparse con algunas aves típicas de la zona como el zanco de cuello negro o la pardela. Incluso, con suerte, tal vez se atisbe algún que otro león marino medio despistado. Una plataforma junto al pequeño pantalán al final del saliente —el lugar donde los barcos dejan y recogen a aquellos viajeros que no desean hacer la ruta a pie— sirve de localización improvisada para alguna que otra clase de yoga. También existe un restaurante en el que disfrutar de cocina sin demasiado fundamento pero que, tras la caminata, puede saber a gloria.
¿Qué no te puedes perder en Madeira?
Hay muchísimas cosas que ver en Madeira, la Perla del Atlántico, pues no escatima en atractivos y razones por las que convertirse en el destino perfecto para una escapada. Con una naturaleza sublime, pequeños pueblos repletos de encanto desplegados tanto por su costa como por las montañas, y una fuerte tradición enológica, recorrer la isla en busca de sus encantos será un plan que a nadie defraudará.
Lo mejor para empaparse de la esencia isleña será, por tanto, alquilar un vehículo con el que vivir libremente la experiencia. Un viaje que debe arrancar en Funchal, su capital, para tomarle el pulso a su sociedad paseando por su casco antiguo y haciendo parada en su Mercado de Lavradores, subiendo hasta Monte en funicular y disfrutando de la adrenalítica experiencia de bajar, a toda velocidad, subidos en un cesto de mimbre guiado por carreiros.
Después llegará la hora de continuar explorando la isla: no faltarán los viñedos moteando el paisaje ni las bodegas, los miradores que sorprenden a cada curva ni los escarpados acantilados enfrentados a las aguas del Atlántico. Un plan obligado es el de recorrer sus levadas y disfrutar de la más pura naturaleza. Pero también el de relajarse en sus piscinas naturales o deleitarse con su gastronomía. Sea como sea, cuando llegue el momento de regresar a casa, los recuerdos y buenos momentos acumulados serán, sin duda, el mejor suvenir.
¿Cuántos días son necesarios para visitar Madeira?
Para tener la oportunidad de conocer bien tanto Funchal, la capital de la isla, como el resto del litoral y su interior, lo ideal es dedicar a la isla lusa, al menos, cinco días, aunque lo ideal sería una semana completa. Así se podrá explorar, con tranquilidad, todos y cada uno de los atractivos de Madeira.
¿Cuál es la mejor época para ir a Madeira?
Con un clima agradable que se mantiene bastante estable —entre los 21 y 26 grados— durante gran parte del año, Madeira es un destino ideal sea la estación que sea. Sin embargo, es entre los meses de abril y octubre cuando menos posibilidades de lluvia hay, lo que garantiza con mayor seguridad el disfrute del sol. En fin de año, eso sí, Madeira vive un momento único: Sus espectaculares fuegos artificiales ostentan el récord Guinness por ser el mayor espectáculo pirotécnico del mundo.
¿Qué ver en Madeira en 7 días?
Aquí va nuestra propuesta para disfrutar del destino portugués durante toda una semana:
Qué ver en Madeira: Día 1 y 2
Empápate de Funchal. Tómale el pulso a la ciudad disfrutando de sus bondades. Degusta la mejor gastronomía en sus restaurantes de renombre, pero también descubre su comida callejera comprando algún típico bolo do caco en los puestos ambulantes. Recorre las calles empedradas de su casco antiguo, deslúmbrate por la belleza de la Catedral de la Sé y camina por su puerto al abrazo del sol. Hazle frente al vértigo subiéndote al funicular que te hará alcanzar Monte, pasea relajadamente por sus jardines y déjate llevar, cuesta abajo, por la destreza de los carreiros en uno de los cestos de mimbre.
Qué ver en Madeira: Día 3
Escápate a la vecina Câmara de Lobos y aprovecha toda una mañana conversando con sus pescadores, tomando una bica en alguna terraza o fotografiando las coloridas barcas que reposan en su playa. Este día lo dedicarás al lado suroeste de la isla. Sube hasta Cabo Girão y contempla las vistas, acércate hasta Curral das Freiras para descubrir el encanto del interior, y asómate a Eira do Serrado para sucumbir a los encantos de la isla.
Qué ver en Madeira: Día 4
Abróchate bien fuerte las botas, echa un vistazo a la guía, y escoge cuál de todas las levadas te convence más. La naturaleza es parte fundamental de la isla, uno de los aspectos que hacen de ella un destino inigualable y especial, así que… ¿qué mejor forma de disfrutarla, que lanzándote directamente a recorrerla? Para acabar la jornada, nada como subir hasta el Pico Ruivo y disfrutar de las vistas con un manto de nubes a los pies.
Qué ver en Madeira: Día 5
Y si el día de ayer fue para ejercitar las piernas… hoy mejor entrégate a placeres más mundanos. Una ruta por algunas de las bodegas más emblemáticas de la isla te permitirá entender, saborear y disfrutar del oro líquido de esta tierra. Muchas de las más emblemáticas de Madeira se hallan ubicadas en el interior y ofertan paquetes con los que visitar las instalaciones para después sumarse a un almuerzo maridado con sus vinos. Eso sí: tendrás que ir haciendo hueco en la maleta para llevarte alguna que otra botella a casa.
Qué ver en Madeira: Día 6
Rumbo al norte sin olvidar el bañador. La mañana se dedicará a recorrer las serpenteantes carreteras de la zona de San Vicente, colmadas de viñedos y de cultivos de todo tipo. Llama la atención la manera en la que están dispuestos, casi en vertical, en las laderas de las montañas. Subir a la Capela de Nossa Senhora de Fátima para después poner rumbo a la costa: llega el turno de Santana o, mucho mejor, de las piscinas naturales de Porto Moniz. Un bañito en la playa de arena negra de Seixal tampoco estará de más, antes de conducir hasta el oeste, donde disfrutar de una de las puestas de sol más espectaculares en Ponta do Pargo.
Qué ver en Madeira: Día 7
Un pícnic-desayuno con vistas en Ponta do Rosto servirá pare cargar energías antes de recorrer la Vereda Ponta de Sao Lourenço, de 6 km entre ida y vuelta. Almorzar en el restaurante con vistas será el plan ideal antes de regresar a Funchal para hacer las últimas compras. El mejor final para un viaje redondo.
Asegura tu aventura en Madeira
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